martes, 12 de agosto de 2008

Un triunfo: Agustina de Alba se alza como la mejor sommelier de la Argentina

"Hay que aceptarlo, aunque nos sobren curdas y amantes del buen beber, el común de los mortales sabemos poco de vinos. La prueba de la ignorancia se hizo evidente anoche, en las finales del mega concurso que eligió al mejor sommelier de nuestro país. Mientras en los pasillos del hotel Four Seasons periodistas y adeptos a la vitivinicultura jugaban todas sus fichas por los dos candidatos masculinos, Agustina de Alba, una porteña de veintidós años, sorprendió a última hora quedándose con el trono. "Empecé a tomar vino a los 18 e hice la carrera a los 20 y si por mí hubiese sido habría arrancado a los 15, pero la edad no me daba", dijo emocionada Agustina, acompañada por el padre, la abuela, y algunos mecenas que, a las 00:30 y con unas buenas catas mediante, fueron pura euforia.

Agustina, como Martín Mantegini, Marcelo Rebolé y Carolina Garicoche, los otros finalistas del concurso, integran un grupo selecto de jóvenes que cada vez más elige esta profesión. Es que en los últimos años, la "sommellerie" viene dando pasos gigantescos en nuestro país. Suma adeptos espontáneos, reconvierte en "artistas" a algunos viejos bebedores y forma a un nutrido grupo de profesionales con horizontes laborales. En 2000, la primera promoción de sommeliers de una escuela con carrera oficial en el país tuvo 14 egresados. Este año, las cuatro escuelas oficiales del país, darán unos 200 egresados. "Hace unos años cuando hablábamos de nuestra profesión nos confundían con un somier", bromeó Andrés Rosberg, presidente de la Asociación Argentina de Sommeliers quien integró el jurado internacional en la elección de anoche.

Elección peleada, por cierto. Con pruebas al mejor estilo reality de TV, los talentos locales en la degustación de vinos debieron sortear varias experiencias frente a un auditorio colmado por más de 300 personas. Entre ellos reinaban los bodegueros, los dueños de empinados restaurantes, de coquetos locales de venta de vino y de alguna que otra marca de agua mineral, necesaria para cortar entre cepa y cepa. El concurso incluyó degustaciones de vinos y otras bebidas alcohólicas, prácticas de servicio, maridaje (combinación de vinos para distintos platos), manejo de idiomas (la somellerie venera al francés y al inglés) y una suerte errores a la carta en el que los participantes debían advertir equivocaciones en el año cosecha, en la denominación de origen, en la ubicación de la bodega, entre otras risueñas y complejas dificultades.

Cada uno de los cuatro jóvenes daba examen por 30 minutos. Y el auditorio los aplaudía a rabiar. Eso sí, entre uno y otro participante había una suerte de recreo, en el que la asistencia se volcaba a los pasillos a beber (o a catar). Un buen champagne y, rapidito, a volver a la salas, pues las puertas se cerraban y ya no había lola. Increíble, todos volvían al auditorio, claro que para eso, ni lerdos ni perezosos, los organizadores cortaban el servicio de alcohol y no abrían la canilla hasta que el concursante finalizara con su prueba y habilitara un nuevo recreo.

Fue durante los recreos, entre copas, que se tejían las hipótesis sobre quién iba mejor en la competencia. Todas erradas, ya vimos. Pero también había lugar para charlas de cualquier tipo. Por ejemplo, estaba por allí el brasileño Danio Braga, uno de los más encumbrados integrantes del jurado. Y como Brasil está de moda, parece que también les va bien en la "sommelerie". Tan es así que al selecto club del país vecino ya se asociaron unos 5.000 profesionales, mientras que en la Argentina recién pisamos los 600. De no creer. Pero Rosberg, en diálogo con Clarín.com, se encargó de dejar bien parados a los nuestros: "En Argentina, la tecnologización de las bodegas y una gastronomía cada vez más variada contribuye a que tengamos cada vez más sommeliers".

Llegaba la hora de la verdad y todas las apuestas seguían inamovibles por los dos muchachos. En juego estaba un buen título, decenas de cajas con los mejores vinos, un cheque por tres mil dólares y la seguridad de que el ganador participará del primer Concurso Mejor Sommelier Panamericano a realizarse en 2009. Sonó entonces el nombre de Agustina quien no ahorró lágrimas frente al micrófono. Hubo gritos y llanto entre sus seguidores, y un aplauso cerrado del público en general. La sorpresa dejó paso a la felicidad y todos contentos. Después de todo, muchos estaban ahí, por el gusto de clavarse un vino. Perdón, vicios del oficio, debió decir degustarlo." (vía clarín)

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