lunes, 31 de mayo de 2010

Panamá, cartografía de la uva y la copa

Desde el asiento de copiloto del taxi de Gregorio Flores, nuestro conductor designado en la ciudad, vamos dejando atrás los rascacielos y aparecen las ruinas de Panamá La Vieja, y recuerdo un caluroso abril, con Marta embarazada, subiendo los peldaños de la torre, rozando las piedras como si quisiera osmóticamente absorber algo de historia. De repente un semáforo, un cruce a la derecha y el Parque Industrial de Costa del Este.

A Sergio Pitol lo conocí a finales de los ’90 en Caracas, en un minitaller de novela organizado por la Fundación Atempo que presidía el escritor venezolano Antonio López Ortega. Era el Pitol de los cuentos y las novelas y las traducciones. Todavía no había llegado el memorioso de El arte de la fuga o El viaje. Al menos no al papel.

Gregorio vacila en la dirección, pero luego los galpones se acaban y está la tienda de SDS Internacional, que desde hace unos seis meses refresca la oferta de vinos de la ciudad. En un recodo, tímido, está Martín, que, aun envuelto en vinos, no ha probado ninguno: “sólo algo de ron en las degustaciones”, dice en susurro confesional. Detrás del mostrador, con un cabello de medusa, exagerando los gestos, maestro de ceremonias de un circo de Baco, está Oriol Serra, alma de la distribuidora.

Pedí una entrevista con Pitol para un programa televisivo que tenía en una estación comunitaria del municipio Baruta en Caracas. Me senté con el Maestro en un banco a orillas de la piscina del Hotel Ávila: Pitol habló de Gógol, de Chéjov, habló de Jalapa, enumeró sus viajes. Camarógrafo y coordinador me hacían señas: debíamos cortarlo pero: ¿cómo se detiene el río de la memoria? Le di un apretón de manos y poco tiempo después, cuando leí El arte de la fuga, lo convertí en uno de mis indispensables. Pitol allí, citando a Antonio Tabucchi, comenta que el escritor no se mueve en las certezas sino en la incertidumbre y las caracteriza como una zona gris, pantano, lodo. Y, cada vez que escribo, peregrino hacia esa Meca.

Oriol Serra también se mueve en la incertidumbre. Si trae un vino de Montsant —Mas Franch, Coca i Fitó— lo hace porque conversó largamente con los productores, se “enamoraron” y él puede transmitir la pasión. Recorre su tienda, levanta la mirada y señala: “estos son los protagonistas”, mientras veo un enólogo en su faena. “Es un genio, un mago” dice Serra mientras detalla procesos de elaboración, condiciones del terroir, razones por la que se trata de vinos diferentes, únicos.

En la conversación, una mañana de miércoles, Serra saca un par de botellas y unas piedras: se trata de licorella, el “suelo sagrado” del Priorat. “Hay que lamerlas, es la única manera de sentir la mineralidad de estos vinos”, dice e invita. Uno, hipnotizado, se lleva la irregular pieza a la boca, estira la lengua primero con timidez, después con confianza resignada. Finalmente el sorbo de vino. Y la mineralidad. En su circo de Baco, Serra siempre parece tener la razón. Aunque, incómodo en las certezas, comenta: “pero ahora estoy escribiendo un artículo para indagar qué vino habría tomado Jesús en la Última Cena porque sé que no pudo ser syrah”, y comienza una nueva veta de conversación hasta que, cerca de las dos el deber llama: juega el Barcelona F.C. y Oriol debe seguir su otra pasión.

Gatsby desembarca en Marbella

He perdido la cuenta de las veces que he exigido leer Gatsby en un taller de literatura o cátedra universitaria. Exigido. Con rigidez de tallador de diamantes. Pero no entraña maldad mi ahínco sino más bien el deseo profundo de que compartan conmigo esas páginas que releo cada año. Los “locos años ‘20”, el glamour, el ascenso de Gatsby, su amor casi ingenuo con Daisy, ese sueño que se envolvía en la luz verde de la casa vecina y consumió su vida.

La primera vez que entré a la Wine Store de Felipe Motta en Marbella fijé los ojos en la fuente al fondo, flanqueada por Burdeos y Borgoña. Gatsby. En Panamá. En Marbella. Desde la botella que hubiera podido servir Jay Gatsby como aperitivo sencillo, hasta el plácido champagne o la oscura corpulencia venida de Médoc, Pauillac, Graves o Pomerol.

Seguramente Nick Carraway, el amigo de Gatsby y primo de Daisy, el narrador de la historia de Fitzgerald y quien al principio nos comparte esa máxima de su padre —“no juzgues a los demás, no sabes si tuvieron las mismas oportunidades que tú”— llevaría el carro de supermercado y organizaría con cariño fraterno las botellas, comentaría sobre alguna añada particularmente buena, buscaría un equilibro entre blancos y tintos. Tal vez le susurraría al oído que Daisy prefería los blancos italianos y Gatsby, subyugado, hubiera dejado atrás los vinos españoles y las joyas del Piedemonte para encontrar un Soave.

Los viajes a Felipe Motta de Marbella, las travesías al mundo del West Egg de Fitzgerald, las organizo de tal manera que no tenga límite de tiempo. Me fundo con la fantasía y al terminar, en la caja registradora, comprando la edición más reciente de Wine Spectator, y sólo si llevo muchas botellas, llamo de nuevo a Gregorio.

Vía España era una Fiesta

Siempre me he preguntado si la iluminación deficiente, si la estrechez de los pasillos del local de La Fiesta, en el cruce de Vía España con Vía Argentina, fueron calculadas a propósito para conservar el vino y dar al visitante una sensación de recorrer una cava profunda, una catacumba, de esas donde el moho, la humedad y el aislamiento “hacen” el vino, como en Hungría. Tal vez sólo sea descuido.

La austeridad del París de entreguerras, ese tono siempre otoñal que tiene Hemingway para describir su trajinar por los Jardines de Luxemburgo o la forma como rinde un café para conservar el derecho a estar sentado y garabatear notas que serán su próxima novela, un artículo periodístico que pagará la renta, un cuento, sus memorias, están también en esta licorería.

A la derecha el Nuevo Mundo, a la izquierda el Viejo, en estantes que presentan botellas colocadas en posición, horizontal, vertical u oblicua sin tanto concierto. Al fondo a la derecha, un escritorio donde una dama, calculadora en mano, atiende proveedores y saca cuentas.

Tomo un chardonnay californiano. ¡Herejía! Hemingway, el de Fiesta en la tarde, el de Por quién doblan las campanas, nunca preferiría un blanco. Cruzo del lado derecho por un pasillo de estrechez de convento y llego a los Rioja: crianza, reserva, gran reserva. Tomo una botella casi con aleatoriedad. Entonces recuerdo a Bécquer: “el recuerdo que deja un libro es más importante que el libro mismo”. Y pienso que pasa lo mismo con los vinos. Busco entonces una botella que me es mucho más familiar para dejar atrás esta Fiesta. “Nunca viajes con alguien que no ames”, dice Hemingway en París era una fiesta. Pago y tomo mi bolsa con la botella. No llamo a Gregorio porque el hotel está cerca en la calle Eusebio A. Morales.

(publicado en Panamá América, domingo 16 de mayo de 2010)

miércoles, 19 de mayo de 2010

Altos Las Hormigas: video oficial

miércoles, 5 de mayo de 2010

Tabalí descubre el suelo perfecto en Fray Jorge

"Cuando uno le pregunta a enólogos o a viñateros por qué decidieron dedicarse al vino, generalmente responden con vaguedades como el amor al campo y a ciertos valores ligados a la naturaleza. Pero Felipe Müller, el enólogo de Tabalí, me sorprende cuando dice: “porque me gustaba tomar vino. Así de simple”.

Müller, que viste una polera de Iggy Pop (el cantante que dio forma al punk antes del punk), tiene una manera franca y directa de comportarse que, de alguna misteriosa manera, se traslada a los vinos que hace en el Limarí. Nada de disfraces, nada de eufemismos, nada de corrección política. Los vinos se hacen para beberlos, para disfrutarlos, no para ganar medallas ni para satisfacer ansias de figuración o prestigio.

Desde que conozco a Mülller, cuando trabajaba en De Martino junto a Marcelo Retamal, me ha parecido que lo mueve una especie de frenesí por encontrar el terroir perfecto, una tierra soñada en Chile donde los vinos puedan llegar a alturas insospechadas, tal como parece suceder en Chablis o Sancerre, en Francia. Y parece que por fin lo ha conseguido. “Este es el sueño del pibe”, cuenta mientras casi vuela en su camioneta, pasando Coquimbo hacia el sur, Tongoy, Totoralillo, Quebrada Seca, para finalmente llegar hasta los terrenos colindantes con el famoso parque nacional Fray Jorge, donde en las cimas de las quebradas se encuentran paños de selva húmeda parecidos a los que hay en Valdivia. Pero acá estamos a las puertas del desierto.

Müller, entonces, recuerda que alguna vez escuchó que Agustín Huneeus (el famoso empresario vinícola chileno, que ha dejado una marca en Napa y Casablanca), tenía un proyecto en Limarí. Pero nadie sabía dónde. Hasta que recibió una llamada de unos productores que le querían vender uva. “Estamos al oeste de la carretera, al lado de Fray Jorge”, le dijeron, y ahí Felipe empezó a entusiasmarse, porque la cercanía del mar auguraba frescor.

Fue con Héctor Rojas, que trabaja codo a codo con él en Tabalí, a visitar los viñedos y casi se caen de espaldas cuando comienzan a darse cuenta que era el tipo de suelos que siempre habían buscado: suelos casi blancos por su composición calcárea, la misma que puede observarse en la Borgoña. Trataron de ocultar su emoción, para cerrar el trato, y ya en el auto de vuelta dieron rienda suelta a su alegría. “¡No puede ser! ¡Es perfecto!”.

Cuento corto: luego de varias conversaciones, tratando de convencer a la gente de Tabalí de la necesidad de comprar esa tierras (400 hectáreas, 75 de ellas plantadas con vid), y superando variados obstáculos y temores (y una primera cosecha realizada por los anteriores dueños que se echó prácticamente a perder debido a una plaga), por fin la viña hizo la adquisición. Y hoy están presentando sus resultados, que hasta ahora son excepcionales.

¿Por qué el carbonato de calcio es tan importante?, le pregunto a Müller y responde: “al ser poroso, es un control natural de la humedad. El suelo permite un excelente desarrollo radicular, la raíz avanza a través de las fracturas de la cal y va extrayendo los minerales que le dan ese carácter precisamente mineral a los vinos, terroso. No hay notas dulces, ni espárragos. Son vinos más finos y elegantes”.

Probamos la nueva línea de vinos que Tabalí está haciendo en Fray Jorge y la verdad es que se trata de un acontecimiento. Ya habíamos comentado la excelencia del sauvignon blanc 2009 proveniente de ese viñedo, pero el nivel de los vinos alcanza un nivel superlativo en chardonnay y pinot noir.

Del Chardonnay Fray Jorge 2009 –aún sin un nombre definitivo- podríamos decir que no se parece a nada que haya dado la variedad en Chile antes. Muy fresco, con una boca exquisita, de rica textura y una elegancia inusual para un ejemplar chileno de la cepa. Sumamente salino, se escapa de todo. Un paradigma nuevo.

El Pinot Noir Fray Jorge 2009 destaca, antes que nada, por la ausencia de esos aromas a pasa tan propio de otros exponentes locales. Hay mucha concentración pero la fruta es delicada, y el vino tiene un componente terroso, con muchas capas que hablan de una complejidad aromática poco común. En ambos vinos, el trabajo de la madera es fino y casi ni se nota. Los dos, sin duda, tienen un potencial extraordinario.

Le pregunto a Héctor Rojas cuál cree es el secreto. “Piensa en el paradigma de las parras viejas”, me dice. “¿Por qué son buenas? Porque su desarrollo radicular se ha expandido mucho por el suelo. El corazón de la vid está en la raíz. Las grandes fallas en los viñedos de Chile están en las raíces. Es el lado B que nadie observa. Gracias al suelo que hay en Fray Jorge, la raíz puede explorar y extenderse a sus anchas. Ahí tiene toda la reserva que le permite vivir y extraer la riqueza de la tierra”."

(Marcelo Soto, revista Capital)

Tabalí en la Videoguía del vino

domingo, 2 de mayo de 2010

Primer #Tuityvinos de Caracas: De todo hubo en La viña del Señor

Ayer, sábado 1ero de mayo de 2010, a eso de las 11:25 pm, salíamos de La Viña del Señor con la misión cumplida: con la ayuda de buenos amigos ideamos, convocamos, organizamos y pusimos a andar el 1er Tuityvinos de Caracas en este local del Centro San Ignacio.

Durante 5 horas, personas que en muchos casos ni nos conocíamos en personas y que, en el fondo sólo teníamos en común el ser amantes del vino y tener una cuenta de Twitter -aunque a medida que pasó la velada nos dimos cuenta de que eso no era tan así-, estuvimos conversando, viéndonos las caras y, sobre todo, probando buen vino, recordando que, más allá de la calidad intrínseca de una botella, vale -y mucho- el ambiente en el que se comparta.

Yo llegué a las 6:30 pm. El local estaba vacío, sólo las niñas de Luis Elías jugando con unos corchos. Un grupo pasó tímido con una botella y siguió de largo. No me aventuré a decirles que, efectivamente, allí era la cosa. Sinceramente nunca me sentí tan solo, con la incertidumbre, la duda que me decía: ¿y si toda la gente se arrepiente y quedamos unos tres o cuatro personas?

Fue cuando recordé 1994, un concierto de Fito Páez en el Poliedro con muy poca gente, unas 3 mil personas. Fito salió, vio al público y nos invitó a meternos todos en la "olla": "somos pocos pero lo que vale es el cariño" dijo y cantó como con el Luna Park repleto.

Entonces me decidí: tengo una botella, por lo menos Adriana (@EnofilosLounge) y Gonzalo vienen, así que a disfrutar. Pero llegó primero mensaje de Alejandro (@Tecnorrante) y fue aparecer en el messeneger de Blackberry y llegar él con su mochila. Luego, efectivamente, Adriana y Gonzalo. Y @lila_vega. Y @dranieves, @Maybell1982 y @fernandofranz. Y Maya (@MayaSommelier). Y siguieron llegando. Menos Poliedro, más Luna Park.

Pasadas las 7:30 pm cuando pude, como se ve en esta primera imagen, hacer una pequeña introducción. Decir que lo que me preocupa a veces de Twitter es la importancia que tiene a lo que hacemos detrás de un avatar y su tránsito hacia la realidad y cómo lo habíamos logrado. Ya teníamos en marcha el Primer #Tuityvinos de Caracas.



Los vinos: de todo hubo

Yo quise inventar, variar un poco, pero me mantuve fiel a mi selección: una botella de Chateau Indage Chardonnay venido de la India que compré en una venta especial de la distribuidora Veneto América. Con esa abrimos y, a partir de ese momento, comenzó un desfile de etiquetas, unas conocidas y unas verdaderas joyas.

Rompimos el mito del vino rosado con uno que vino desde Abruzzo, estaba casi toda la gama de Castillo de Molina, los recién llegados vinos de la Patagonia Postales del Fin del Mundo,
españoles elaborados con garnacha, tempranillo, cabernets chilenos, de verdad que nuestra "carta" poco tenía que envidiarle a la carta de La viña del Señor.

Hubo vinos para quien le
gustan los sabores fuertes y arrebatados o los más elegantes, para quien fue a tomar un par de copas y para quien fue a aprender y, además, hubo mucho vino, sobró el vino.

Pero esto no se tradujo en, como tantas veces repetí, un "echarse unos palos". Varias personas, libretas en mano, iban tomando notas, comparando apreciaciones, recorrían la sala -que, no es por nada, nos quedó pequeña-, conve
rsando para confirmar si alguna nota de cereza o un regusto a café espresso había sido sentido también por los demás.

La variedad llegó a un punto que hubo, incluso,
un vino mexicano, un Chateau Domecq, una verdadera rareza que agradezco de manera especial a el tocayo de Novatos del vino@ndelvino) porque le tenías ganas hace tiempo a un vino de dicho país.

Yo, copa en mano, al mejor estilo de mi admirado
(Jay Gatsby serví vino, vi tomar vino y tomé yo mismo muy poco vino. Realmente era una manera natural de consumar esa relación a la vez distante y significativa con aquellas personas que comparten conmigo los esfuerzos de la Videoguía del vino en Venezuela y El vino de la semana.

Incluso una medida de control sobre el vino, unas tarjeticas cuyo uso habíamos explicado en el post sobre la dinámica del tuityvinos resultaron inútiles. Más bien, de cuando en cuando, me repetía la gente del local:
"todavía quedan botellas, ¿las abrimos?". Casi como el milagro de la multiplicación del vino. Una verdadera "noche de las copas llenas".

Hasta tiempo nos dio de invitar a Maya García a que nos acompañara para realizar un par de preguntas para dos pequeños premios:
una botella de Ampakama, vino base de Casa Montes y a penas por ser comercializado en Venezuela, y un ejemplar del Semanario de Vinos que creó mi jefa en la revista de Supermercados Unicasa, Mariby Pérez, y que yo co-redacté y corregí.

¿Los "felices ganadores"? @warmth y @ndelvino.

Cierre y balance
Como un comando de campaña electoral en noche victoriosa, ya a las diez y media era claro que los objetivos básicos se había cumplido, así que nos animamos a abrir este moscatel dulce de Torres, para ir mostrando nuestra intención de terminar.

@Tecnorrante estaba fajado con su computadora, Luis (@conjurado) pasaba de un lado a otro viendo el local repleto, @Chegoyo conversaba con los lectores de sus ensayos. Ya habían llegado @Pomarrossa, @Naldoxx, @Valenruizl. @Carlamariela se había reportado desde Maracay. Todo entonadito.

Creo que, en buena medida, todos quedamos impresionados por la convocatoria. Y es más que claro que sólo con ayuda desinteresada y oportuna de personas como Adriana (@EnofilosLounge), Tibisay (@tibiguerra) y Maya García (@MayaSommelier), así como del resto de las personas que hicieron RT a la información del evento, incluyendo a los amigos de @LaGuiaDelDia que hasta minutos antes estuvieron invitando, se puede lograr un evento.

¿Que quedan cosas por mejorar? No quiero ser malinterpretado pero si el Salón Internacional de Gastronomía, después de tantas ediciones es perfectible, ni qué decir del 1er #Tuityvinos. Ayer todo era experimental y tentativo, ahora vamos a tomar fuerzas para poder delinear mejor el evento, corregir las fallas pero, sobre todo, arriesgarnos una vez más a crear un ambiente propicio para compartir el mundo del vino entre los tuiteros de Caracas y ciudades cercanas.

Casi no tomé vino -ya lo había dicho-, casi no pude tuitear. Sólo serví vino y observé y me sentí afortunado y dichoso por ver en primera fila esa velada exquisita.

¡Salud!

sábado, 1 de mayo de 2010

Sobre la dinámica del #Tuityvinos de hoy

A ver: la realidad es que nunca pensaríamos que tanta gente se animaría y, de hecho, ni siquiera con la invitación de twtvite tenemos una idea certera de la gente que se aparecerá en La viña del Señor desde las 6:30 pm a acompañarnos en el primer encuentro de tuiteros amantes del vino de Caracas, #tuityvinos.

Y aunque la idea es que sea informal y que sirva este primer encuentro para recoger ideas y opiniones acerca de los futuros, quisimos darle un cierto orden para que, además de la conversa podamos disfrutar de un modo amplio y justo de los vinos.

Fíjense, tenemos pensado que la dinámica sea así:

1)Llegada, entrega de la botella de vino y pago del descorche

2)Inmediatamente, se les entregará una tarjeta (una tarjeta por cada botella) como esta:





Ustedes llenan sus datos, nos los dejan para armar una lista, y se quedan con el resto que funcionaría así: de una botella se sacan 8 buenas porciones de degustación. Estoy presuponiendo que todo el mundo quiere probar su vino, esa sería una copa "automática". Luego, habría la posibilidad de degustar hasta 7 porciones más del resto de los vinos.

La idea es que, sin mayor complicación, uno diga el vino que quiere probar, le sirvan le hacen una marca en la tarjetita y listo. Botella que se termina, botella que se termina.

Creo que puede ser hasta divertido por lo siguiente: habrá que tener cierta estrategia con la tarjeta: uno puede gastar sus 7 copas de una vez con los vinos que están a una hora determinada pero si llegaron temprano y tomamos en cuenta que el evento es hasta las 10 pm, podría ser que esperar un poco con copas por tomar traiga recompensas.

3)Aunque esté toda consumida, guarden la tarjetica porque a eso de las 9:30 pm vamos a rifar dos premios sorpresas.

Bueno, hasta aquí. Esperemos entonces que el resto sea disfrutar, copa en mano, de los placeres del vino:

¡Salud!